Nunca antes la profesión había sufrido una masacre semejante. La FIP, fundada en 1926 y que celebrará su centenario en París en mayo de 2026, no ha registrado una cifra comparable, ni durante la Segunda Guerra Mundial, ni en Vietnam, ni en Siria o Irak. Gaza se ha convertido en el peor cementerio de periodistas en la historia contemporánea.
No se trata de una serie de tragedias accidentales. Es una estrategia: matar a los testigos, cerrar Gaza, bloquear la información. Impedir la entrada de la prensa internacional significa silenciar a los observadores independientes. Y en un momento en el que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, promete «recolonizar» Gaza, controlar la información se vuelve tan crucial como controlar el territorio. Colonizar también significa borrar las ruinas, los muertos, los supervivientes y a quienes cuentan sus historias.
Desde la frontera norte hasta la ciudad de Gaza, cientos de miles de residentes se han visto obligados a huir hacia el sur. Pero el sur no es un refugio: no ofrece seguridad ni una salida. Las familias se apiñan allí, atrapadas entre las bombas y el mar, sin posibilidad de escapar de la guerra. Esta realidad de asedio total es también la de los periodistas, condenados a trabajar encerrados en un enclave donde la supervivencia se vuelve cada día más improbable.
En este contexto, el reconocimiento del Estado de Palestina por parte de un número cada vez mayor de países en la ONU tiene un valor simbólico. Pero llega muy tarde. No protege a los vivos ni hace justicia a los muertos. La diplomacia se está poniendo al día con la historia, pero sólo después de lo irreparable.
Entonces, ¿Quién protege a estos testigos? Ni la ONU, paralizada, ni las grandes potencias, cómplices por sus entregas de armas y su silencio. Los periodistas palestinos continúan con su misión en soledad, hasta el agotamiento. Hasta la muerte.
La FIP, por su parte, esá tomando medidas sobre el terreno. Apoya directamente a los reporteros y a sus familias a través de su Fondo Internacional de Seguridad. Relata la vida cotidiana de sus compañeros y compañeras, Sami, Gharda y los demás, para que su cruel realidad no se reduzca a estadísticas. Y desde hace varios años, viene reclamando una Convención Internacional de las Naciones Unidas que obligue a los Estados a proteger a los periodistas y a castigar a sus asesinos. Hasta que exista esta convención, la impunidad seguirá imperando y protegiendo a los líderes israelíes.
Un recordatorio esencial, repetido desde hace años por la FIP a los periodistas y trabajadores de los medios de comunicación titulares de la tarjeta de prensa internacional: «Ningún reportaje vale la vida de un ser humano». No es un eslogan: es una regla de supervivencia. La misión de los periodistas no es morir como mártires, sino informar en condiciones de seguridad. Su protección es una responsabilidad colectiva. Cada casco, cada chaleco antibalas, cada formación en seguridad es vital.
En Gaza, muchos se preguntan: «¿qué sentido tiene seguir adelante?». Las pruebas abundan, los testimonios se multiplican y, sin embargo, nada cambia. Pero rendirse sería peor. Porque el silencio es una victoria para los verdugos, permitiéndoles decir que no ha pasado nada.
Cien años después de su creación, la FIP se enfrenta a la prueba más terrible de su historia. Gaza se ha convertido en la tumba del periodismo. Si aceptamos que los reporteros mueran allí en medio de la indiferencia, abriremos el camino para que otros regímenes consideren mañana el asesinato de periodistas como un instrumento habitual de guerra.
Anas al-Sharif no quería morir. Quería informar al mundo, en condiciones de seguridad. Su muerte, y la de nuestros 222 compañeros y compañeras, nos obliga a actuar.
Israel mata a los periodistas. Matar a los periodistas es matar la verdad. Y un mundo sin verdad es un mundo en el que reinan los verdugos.
Anthony Bellanger es periodista, sindicalista e historiador (PhD) francés y belga. Desde 2015 es secretario general de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), tras haber ocupado el cargo de secretario general adjunto entre 2014 y 2015. También es profesor invitado de periodismo en la Universidad de Mons (Bélgica).
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